Hacia el año 44 d.C., Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo de Galilea, fue decapitado por Herodes Agripa siendo el primer apóstol que muere martirizado. Según el documento Epístola del Papa León, los siete discípulos del Apóstol se llevaron el cadáver hasta el puerto de Jope, donde apareció una embarcación y navegaron durante siete días bajo orientación divina, alcanzando un lugar llamado Iría Flavia en la costa gallega. Al tomar tierra el cuerpo de Santiago se elevó por los aires desapareciendo con dirección al sol. Los discípulos recorrieron doce miliarios en su búsqueda, hasta que por fin hallaron el sepulcro del Maestro bajo un monumento de mármol. Al tiempo, tres de los discípulos, tuvieron que exterminar, con la ayuda de Santiago, un gran Dragón en el lugar que hoy se conoce como Monte Sacro.
SIGLO IX, La aparición del sepulcro
Sobre el 813, reinando Alfonso II el Casto, un ermitaño llamado Pelayo, cree ver la luz de unas estrellas señalando un túmulo en el monte Libradón, donde más tarde surgiría Compostela. El suceso comunicado al Obispo de Iría Flavia, Teodomiro hace iniciar el desbroce de la maleza y se descubrió el arca marmórea con los restos que el Obispo atribuyó al Apóstol Santiago. Teodomiro da cuenta del hallazgo a Alfonso II que manda edificar sobre el sepulcro una sencilla iglesia de mampostería y barro. El mismo Rey da cuenta del hecho a Carlomagno, y la noticia se propaga por Europa.
Hasta 27 milagros obrados por Santiago, se recogen en el Códice Calixtino, pero es en el 859, durante la ocupación árabe de España, cuando en Clavijo, a 18 km. de Logroño, Ordoño I se enfrenta a las tropas de Abderramán II en clara desventaja. En el fragor de la batalla, el Apóstol Santiago aparece sobre un caballo blanco. Los cristianos vencen y es cuando el mito jacobeo traspasa los pirineos.
A partir de ahí empieza el peregrinaje a la tumba del Apóstol, trazándose caminos desde todos los confines y es a principios del siglo XII cuando alcanza el mayor apogeo, manteniéndose durante varias centurias. Esta popularidad que durante siglos llegó a superar incluso peregrinaciones como las de Roma o Jerusalén, se debió en buena parte al apoyo de los monjes de Cluny y del pontífice CalixtoII.